I
Lo más maravilloso del desierto es su flora aceitunada, su seco parpadear, el epitafio ilegible de su lápida. Aquel siniestro hombre de humo, cubierto de turbante gris y túnica de seda, sabe que la duna en que su paso descansa es tan frágil y tan eterna como la tímida mirada de su abuela. No falta tanto ya para llegar a Moravia. Ante la caída de la noche, el hombre recuerda el olor a canela, el suave sabor del té de tila y vuelve a sentir entre sus dedos las manos ásperas y firmes y ese temblar de una voz que llega desde lejos. Desde detrás de las murallas de Moravia...