
María está sentada frente al mar. Le tiene miedo a los columpios, reza todas las noches, antes de dormir. No es sorda; el término exacto es hipoacúsica, aunque, según el último análisis clínico, su umbral auditivo superará en poco tiempo los ciento veinte decibelios, dejando a María completamente sorda. Sabe hablar, no obstante, y le asusta sobre todo descubrir que cada vez se escucha menos. A sí misma, su propia voz. Por eso le gusta el mar; y es que le basta con verlo. La primera operación llegó demasiado tarde, y tras ésta, la segunda y la tercera no fueron sino una prolongación que, por esperanzadora, caló más crudamente en el seno familiar. “Es inútil”, le dicen a la madre de María, y ella no encuentra rincón para enterrar su tristeza. Va con María a los columpios y la mece, acompañada del vaivén del viento. Pero a María no le gustan los columpios. Por eso está sentada frente al mar.